“…al plantear una película, pienso generalmente en un pintor o en una escuela de pintura”
Néstor Almendros (1930-1992)
Días de una cámara.
Arte de cine o cine de arte
El arte en general y la pintura en particular mantienen desde siempre una significada presencia en el cine. La influencia de la obra de grandes pintores es evidente en directores como Visconti, Pasolini, Rohmer, Godard y muchos otros que a menudo han acudido a las representaciones pictóricas como fuente de documentación o inspiración.
El cineasta reproduce encuadres, ambientes, atmósferas o vestuarios que nos aproximan a personalidades artísticas que el público reconoce con facilidad. Si en el claroscuro y los contraluces de El espíritu de la colmena evocamos, entre otros, los cuadros de Vermeer, la pintura de John Constable está presente en cada paisaje de Barry Lyndon y la influencia de los espacios desolados de las obras de Edward Hopper se extiende en el cine norteamericano desde Hitchcock hasta la actualidad.
A veces la relación es todavía más directa, cuando aspectos de la vida y la obra de los artistas sirven de punto de partida para el desarrollo de proyectos cinematográficos más o menos biográficos.
De alguna manera la relación entre el arte y el cine siempre ha sido fluida, incluso lógica, porque los diversos lenguajes del arte acaban alimentándose y enriqueciéndose de manera natural, estableciendo una relación de simbiosis que aúna sensibilidades y creatividad.
Este año, formando parte de la SEMANA INTERNACIONAL DE CINE DE AUTOR, se inicia la sección Arte de Cine, que nace precisamente para seleccionar y proyectar películas en las que el arte, los artistas y los diversos espacios para el arte, como los museos, tengan una presencia relevante, bien como referencia documental o estética, bien como elementos esenciales en sus guiones, tramas, personajes o localizaciones.
Para dar comienzo a la nueva sección se han escogido cuatro producciones cinematográficas que de forma diferente se acercan al arte: Passion (1982), de Jean-Luc Godard, Caravaggio (1985), de Derek Jarman, El arca rusa (2002), de Alexander Sokurov y El Greco (2007), de Yannis Smaragdis.
En Passion, Godard recupera la tradición de los tableaux vivants del XIX y construye imágenes cinematográficas a partir de grandes composiciones pictóricas de diferentes épocas y autores como Goya, Delacroix, Rembrand, Ingres, Watteau o El Greco y al hacerlo aprovecha y potencia los valores de las imágenes estáticas, propias de la pintura, y de las imágenes en movimiento, inherentes al cine.
Passion es una muestra más de la preocupación del director por indagar en las relaciones entre el cine y la música, el teatro, la fotografía o el vídeo.
Jarman es uno de los muchos directores de cine (Fritz Lang, Houston, Greenaway, Schnabel,…) que además desarrollan otras actividades artísticas y plásticas, como en este caso la pintura o la escenografía, lo cual repercute con frecuencia en su cine. Su Caravaggio es prueba de ello. En la película se evidencia una concepción pictórica en el tratamiento de la luz y en la composición de las escenas, que son los cuadros del pintor italiano a partir de los que construye las tramas. Estéticamente es atractiva, gracias sobre todo a la cuidada fotografía de Gabriel Beristain, e inquietante por el intencionado anacronismo de personajes y diálogos y por la particular visión de la polémica homosexualidad del pintor.
El arca rusa es una película técnicamente admirable, filmada en una única secuencia, sin cortes ni montajes, que recorre más de 30 salas de los edificios imperiales que integran el Museo del Hermitage de San Petersburgo. Pero, además del valor por sus incuestionables pericias técnicas, esta producción encaja plenamente en la sección porque maneja los espacios y los contenidos de uno de los grandes museos del mundo como recurso cinematográfico, con el que recorre siglos de la historia de Rusia y del arte universal.
La selección de El Greco de Smaragdis responde sobre todo al interés por exhibir la última película rodada sobre el pintor cretense, de quien se conmemora este año el 400 aniversario de su muerte. Está basada en una novela biográfica del escritor Dimitris Siatopoulos y aporta, lógicamente, la visión del director, que se centra más en los aspectos humanos que en los artísticos. Las relaciones del pintor con la iglesia, sus relaciones amorosas y la trama de la Inquisición predominan en un guión que plantea serias dudas históricas para quienes no permiten licencias cuando se trata de personajes históricos.
(Lucila Yánez)