Enrique Muiño

En la primavera de 1886, la familia Muíño embarca en el puerto de La Coruña, España, rumbo a la Argentina. Al igual que miles de españoles e italianos que parten con el sueño de “hacer la América”, los Muíño buscan en ese destino la oportunidad de mejorar su situación económica y forjar un futuro para sus 11 hijos. Al llegar a Buenos Aires, Enrique, el menor de los niños, acaba de cumplir 6 años y ve con fascinación la acelerada transformación de la capital Argentina, que en poco tiempo deja de ser una aldea colonial para pasar a ser una metrópoli que nada tiene que envidiar a las grandes ciudades europeas.

En su deambular por las calles de Buenos Aires, el pequeño Enrique descubre el circo y el incipiente teatro criollo. La atracción es tal, que a partir de entonces no dudará jamás sobre su vocación: ser un actor profesional. Sin embargo la realidad de los Muíño no es tan buena como esperaban, y pronto Enrique debe abandonar la escuela y su sueño de la actuación por un puesto como grumete en la Armada Nacional. Luego de varios años en la marina, en donde forma una compañía que actúa a bordo de las fragatas, Enrique Muíño pide la baja y decide probar suerte en el teatro.

En 1902, se incorpora a la famosa compañía de Jerónimo Podestá. Los comienzos son duros y el sueldo escaso, pero poco a poco Muíño comienza a destacarse entre el elenco y vive desde un lugar privilegiado la puesta en escena de las primeras obras de teatro escritas por autores argentinos. Para ese entonces, el estado intenta resaltar la imagen del criollo, antes denostada, frente a una ola de inmigrantes que comienza a cuestionar su rol en el modelo agroexportador propuesto por las clases dominantes. El teatro no es ajeno a esta nueva visión de lo nacional, y muchas de sus obras son sainetes y dramas protagonizados por gauchos. Enrique Muíño, demuestra en cada función que posee un talento particular para interpretar al criollo y le da una nueva dimensión al clásico papel del compadrito, con el que cosecha buenas críticas y popularidad. A pesar de su talento, Muíño no logra consolidar su carrera con un éxito prolongado, y alterna altas y bajas en compañías ajenas. Pero en 1916, forma la Gran Compañía de Comedias Muíño - Alippi, junto con el actor y director Elías Allipi, quien además de colega, es un amigo fraterno. El suceso de la pareja los lleva hasta España, en donde realizan una gira que queda grabada en la historia del teatro ibérico.

En la década del 30, Muíño y Allipi descubren en el cine un nuevo medio para desarrollar sus inquietudes artísticas. El éxito de la película Así es la vida, protagonizada por ambos, los impulsa a abandonar definitivamente el teatro por el séptimo arte.

En 1940 deciden fundar su propia compañía cinematográfica junto a un grupo de artistas que no tienen un trabajo estable. Así nace Artistas Argentinos Asociados, una cooperativa que toma como modelo a la United Artists, y en donde se gestan  películas clásicas del período de mayor esplendor del cine argentino, como La Guerra Gaucha y Su Mejor Alumno, ambas protagonizadas por Muíño.

A comienzos de los años 50, mientras el cine argentino comienza a declinar, Muíño se retira a su casa en la sierras de Córdoba, lugar de inspiración y trabajo de los integrantes de Artistas Argentinos. Allí desarrolla su segunda vocación, la pintura, y vuelve a obtener reconocimiento, ahora como paisajista.

En 1956, una diabetes mal controlada termina con la vida de Muíño. El gobierno de la Revolución Argentina, que lo identifica como un artista ligado al peronismo, se ocupa de que no reciba ningún homenaje e intenta dejarlo en el olvido. Pero su legado artístico perdura aún en el tiempo, a la espera de ser redescubierto.

(Federico Santillana)