Si tengo que resaltar lo que mas llamó mi atención de esta historia de Muíño, primero tendría que decir que no fueron sus grandes aventuras, narradas infatigablemente por él, las cuales muchas de ellas me huelen a fabulas, histrionismo y egocentrismo. Ni su capacidad actoral, que a la época actual parecen acartonada y amarillenta (sin dejar de valorar su calidad de actor e intérprete en roles patriarcales). Tampoco es el hecho de que haya luchado tanto para alcanzar su sueño de ser actor, el cual es envidiable su constante voluntad y sacrificio. Tengo que reconocer que es deseable saber poner la otra mejilla cuando la vida se acostumbra a golpearnos. Al igual que no perder de vista la meta, porque casi siempre que empezamos algo que lleva un largo camino, a mitad nos cansamos, desorientamos y hasta nos desconocemos de nosotros mismos, lo cual hace fácil renunciar. No todos los espíritus saben llevar adelante largas empresas, sin importar su magnitud. Tampoco fue la expresión (que llevo bastante plagiada al momento) de que la mejor inspiración viene de la necesidad.
No, no es nada de esto lo que más me impresionó, más bien fue un hecho llevado a cabo en equipo y avanzada su vida.
En los primeros años de la década de los cuarenta, cuando Muíño comenzaba a gozar buen prestigio como actor de cine, se le ocurrió a éste, junto a un par de colegas que no tenían trabajo fijo, formar su propia compañía cinematográfica. No eran del todo originales en esto, ya que en Estados Unidos, Chaplin y Mery Picfor, ya lo llevaban a cabo desde hacía unos años con United Artist. De igual modo, el desafío era del todo complejo. Y lo que estoy valorando no es la originalidad, ni el sacrificio, si no el legado.
Este grupo de amigos integrado por los actores Elías Alippi, fiel dupla de Muíño, el mismo Enrique Muíño, el galán Ángel Magaña, el temperamental Francisco Petrone, más la mirada talentosa del director Lucas Demare y el asesoramiento administrativo de Enrique Faustin, se lanzaron a soñar con la empresa cinematográfica Artistas Argentinos Asociados y se proponían hacer un cine, de gran magnitud, épico y de buena calidad artística. A la compañía se sumaron dos grandes escritores: Homero Manzi y Ulises Petit de Murat. Cuando anunciaron públicamente su anhelo de realizar una película que se basaría en los escritos de Leopoldo Lugones, sobre la guerra gaucha sostenido contra el ejército español, en la época de la independencia americana, en el ambiente se dijo que estaban locos. Pero esto no los afligió. Para legalizar la empresa, pusieron de sus bolsillos el dinero que demandaba la ley para realizar una sociedad anónima. El principal capital con el que contaban eran sus prestigios de actores, principalmente Muíño y Alippi.
La compañía se fundó con los mejores augurios, muchos entusiasmos y energía. Si tuviera que realizar un anacronismo sería decir que esta tropa de artistas fue el primer grupo en realizar lo que hoy denominamos cine independiente.
Si bien en la Argentina de hoy, hay un excelente movimiento cinematográfico y audiovisual, no podemos llegar a decir que hay una industria, por lo tanto, todo el cine que se realiza tiene algo de espíritu independiente. Sí, contamos con un instituto oficial por parte del gobierno que regula la actividad, pero está lejos de considerarse una industria. Mientras que por aquellas décadas doradas del cine argentino, se contaba con una importante industria que importaba películas a toda la América hispanoparlante y hasta España. Siete importantes estudios contaban con enormes galpones, sets para interiores y enormes explanadas de terreno para los exteriores, además de laboratorios propios y un sin fin de parafernalias. De estos estudios se destacaban Argentina Sono Film y Estudios Lumitos, de los cuales sólo se conservan los restos de uno, como un pequeño museo.
¿Pero que pasó con Artistas Argentinos Asociados? Este grupo de amigos bien bohemios estaban interesados en hacer cine y no dinero. Las primeras películas demandaron unos enormes presupuestos, principalmente La Guerra Gaucha que se fue realizando con la venta anticipada de la película a las distribuidoras. La verdad fue que gastaron dinero de más en la realización y a mitad del rodaje se vieron obligados a fusionarse con los estudios San Miguel para finalizarla. Haber hecho esto significaba que en algún momento deberían venderle el alma al diablo, como supo decir Lucas Demare en algún momento. Y esto se manifiesta en que los administrativos de los estudios San Miguel comenzaron a tener decisiones dentro del directorio de las tres “A”. Poco a poco fueron perdiendo autonomía y los integrantes iniciales comenzaron a marcharse, lo que hoy se denomina un vaciamiento comercial.
No es para pretender repasar una historia triste, más bien agradecer a este grupo de intrépidos aventureros por las buenas películas que nos dejaron. A ellos mi homenaje.
(Federico Santillana)