¡Al trabajo, holgazanes, arriba! ¿O pensáis empalmar la copa con la comida? [Todavía suenan en mis oídos los gritos de Andrés en Trasalba]
El lunes 4 de noviembre de 1991, en las páginas del periódico Diario 16 de Galicia, publiqué una nota titulada Un actor galego da emigración. Allí hablaba de mi amigo Andrés, que me había pedido ayuda por carta, ya que estaba analizando la posibilidad de volver a Galicia junto con su familia. Había nacido en Ames y llevaba en la capital uruguaya 38 años. Un tío suyo fue el dueño de la conocida cafetería compostelana “Azul”. Quedé sorprendido porque Andrés estaba muy integrado en la vida uruguaya y tenía esposa y dos hijos. Recordé en aquellas líneas que, además de reconocido actor, su oficio cotidiano era el de peluquero en un salón de peinados unisex junto con su mujer en la calle Mercedes de la capital uruguaya.
Comencé a tratarlo en torno a 1973, cuando mi amiga Yolanda Díaz Gallego, directiva del Patronato de la Cultura Gallega, comentó que era gallego. La primera actividad que recuerdo fue llamarlo para que pusiese su voz en un audiovisual realizado sobre las fotos del ferrolano Manuel Monteagudo Romero. Después tuvimos más relación cuando estuve a los mandos del programa radial “Sempre en Galicia”, al que lo invitaba para leer textos cortos de Castelao. En el seno del Patronato, recitó muchas veces y también fue el impulsor y primer director de la Escuela de Teatro.
La trayectoria de Andrés en Uruguay será siempre recordada por las aplaudidas actuaciones teatrales en Pluto de Aristófanes, A Gaivota de Chèjov, Egor Bulichov de Gorki y Rasga Corazón de Viana Filho. Dentro del cine por su gran papel en Whisky y aquí recordaremos que fue un inmenso petrucio en el exitoso montaje de A Lagarada. Los que lo aplaudieron en Trasalba no olvidarán su magnífica caracterización del Señor Vences de Alén.
Fue premiado por los críticos uruguayos con el máximo galardón que otorgan: el “Florencio” [en homenaje al famoso autor Florencio Sánchez]. Ingresa en la institución teatral “El Galpón” en 1973 y allí permanece hasta que la dictadura clausura el teatro. Sigue en Montevideo y funda el “Teatro de la Gaviota” con un pequeño grupo de actores que resisten sin coger los caminos del exilio. Quiero reproducir algunos comentarios de la prensa argentina y uruguaya sobre actuaciones suyas: “Andrés Pazos, como el escudero, es sin duda, el actor más dúctil y con mayor capacidad de asombro del grupo uruguayo de “La Gaviota” [Lazarillo de Tormes]; “Andrés Pazos, espléndido de voz y físico es el Trigorin que Chèjov pedía”; “Pazos conduce casi toda la obra; ya que los demás surgen a sus recuerdos, deseos, miedos, con su acostumbrada solvencia. Andrés transmite con todo su oficio el conflicto del viejo revolucionario” [Rasga Corazón].
Cuando Andrés decide volver, me pongo en contacto con el profesor Xoán Luís Saco Cid, que entonces era el presidente del IGAEM. Le hago un informe personal junto con su C.V. y le pido trabajo para Andrés Pazos Pérez. La respuesta fue positiva y mi amigo pronto se incorpora al mundo teatral gallego mediante un contrato de obra con el Centro Dramático Gallego. Su talentosa labor recibió miles de aplausos aunque su idea inicial era la de creación de una Escuela Teatral para la formación de los futuros actores y actrices. Quería enseñar y trasmitir sus conocimientos de muchos años de aprendizaje junto a dos grandes directores de la escena uruguaya como fueron Atahualpa del Cioppo y César Campodónico.
Decía que, para actuar, antes tenía que aprender un poco de gallego. Había llegado a tierras uruguayas con 7 años y, a su entender, tenía un acento demasiado montevideano. Sostenía que yo sí que tenía un gallego fluido pero que él debía pensar antes las palabras que iba a decir. Le dije que, por el contrario, yo no era actor y que una cosa es hablar con seseo montevideano y otra bien diferente es la de estar encima de un escenario reproduciendo un texto de autor que requiere una vocalización más neutra. Bien probado quedó que Andrés poseía un gallego excelente, lleno de ricos matices, al mejor estilo del gran petrucio Señor Vences de Alén.
(Manuel Suárez Suárez)